La mamá que se puso los pantalones

Es mentira eso de que nadie cambia de la noche a la mañana, hay mamás que se ponen los pantalones y dicen ya no más. Se agotan de ser las que lo dan todo.

Entonces, quisiera decir que me harté, pero, me siento asqueada, llegué a ese punto en el que me importa poco si la gente me señala.

Me limpié las lágrimas

Un día, tomé la decisión de dejarlo, recogí las ruinas de mi corazón y me limpié las lágrimas, algunas ya estaban secas, agotadas de no acabarse por años.

Ojalá hubiera sido fácil, pero con todo y que sabía que estar con él era un calvario, me la pensé demasiado, me dije, tal vez tengo que hacer un esfuerzo, por ella, porque quiero darle una familia a mi hija. Qué ilusa era, cierro los ojos y veo a mi yo del pasado, tan esperanzada y rota al mismo tiempo.

Ya ni recuerdo la cantidad de veces que terminé llorando en el baño, contenida para no hacer ruido, como si mi dolor no tuviera derecho a ser gritado.

Me tragué miedos, traiciones, críticas, me tragué lo poquito que me quedaba de salud emocional. Y se volvió normal correr al baño y ver la silueta de mi alma carcomida frente al espejo.

La mamá que se puso los pantalones. Ilustración Freepik.
La mamá que se puso los pantalones. Ilustración Freepik.

Estaba sola

Estaba ahí, sola, fingiendo detrás de la puerta, haciendo como que no me afectaba y creyendo que era lo mejor. Pasaron meses, años y ya no sentía amor, es más, no sentía nada, si no llegaba a dormir, mejor. No fuimos una familia, sólo que estaba aterrada, tenía miedo de la soledad, de no poder.

Hoy, me abrazo, abrazo a la madre que puso los pantalones, porque comprendo que esa versión de mí no tenía idea de que venía algo mejor. Sí pude y no, no lo voy a romantizar, hay días que el aliento no me es suficiente y me cansó, pero con todo y eso no me arrepiento. Ya entendí que también hay familias en las que no está papá y eso no les quita valor. Ya entendí que no es fácil dejar a tu hijo e ir a trabajar, entendí que es mejor sólo tener frijoles en la mesa que vivir un infierno. Entendí que no merezco tanta humillación.

Vale la pena, cada sacrificio, porque gracias a eso tengo paz y no pienso cambiarlo por nada. Así que si tú estás dudando, te lo digo de corazón, te va a ir mejor. Y si tú ya saliste, no desistas, lo estás haciendo bien, siéntete orgullosa, ya eres una más, de esas a las que llaman luchonas, de las que no les da miedo ponerse los pantalones.

¿Y qué bonito no?

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